(… de invierno al otro lado del charco)
Me despiertan de madrugada furtivas llamadas; fuera de mi habitación hay gente a la que su subconsciente atormenta con mi nombre, fuera de este piso, fuera de esta ciudad, fuera de este país, lejos allá lejos, los rostros párvulos intentan conciliar el sueño atragantándose con cinco letras que les cuesta enlazar.
Invitan a mi rudeza, a mi voz áspera y ronca, a mi yo mas impávido, al que te desea, al que desea poseerte en silencio y en silencio también marcharse; ese yo cadencioso, que no quiere escuchar tus ruegos, tus suplicas, ni lamentaciones; ese yo, que dices tú, que no prefieres, pero que en silencio codicias.
Ufano y caprichoso, el pasado me invita, e intenta adueñarse del presente reclamando un lugar en el futuro, y me exige que vuelva, que hable, que hable contigo; pero ¿De que se habla cuando las distancias se acortan, mientras las dudas nos alejan? ¿De qué sirven las ganas, cuando no son compartidas?
¿Cuántos rostros tiene el amor? Uno, uno solo dicen los polígamos. Todos, digo yo, absorto en una monogamia absurda que me obliga a volver, a volver de frente para luego darle la espalda a todos y cada uno de esos rostros. No, no me alejo lo suficiente, solo lo necesario para que distingas mi silueta, pero no mi rostro.
Lontananza no es el destino, mientras palpite aun el corazón y corra sangre por las (tus) venas, cualquier cosa puede suceder…
CC
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