El poeta, injustamente postergado, obsequia palabras al viento que mendigan oídos prestos al vuelo… atrevidas, protervas, avasallantes, inquietantes… que acceden sin peaje a través de los conductos auditivos de un ser Ausente que trastabilla suntuoso sus pasos por La Gran Vía… desde Plaza del Callao hasta Montera… rostro apacible e impávido, ojos pequeños con pupilas enormes… y las palabras persisten como un eco infinito: ¡hoy estoy lejos para siempre! ¡hoy estoy muerto para siempre!
Un par de tetas milagrosas logran desviar la mirada, le traen de vuelta al mundo vivo, y resucita al sortilegio de esas palabras: ¡Ya que estoy lejos para siempre!… y se confunde con la fauna variopinta de la calle centenaria… ojos que se cubren, tras un par de gafas oscuras, de los rayos de un sol sofocante de agosto… de agosto en Madrid; de acera caliente que le va llevando ¿¡quién sabe dónde!?, de acera que se va llenando de princesas, de guiris, yonquis y camellos... y si se lo propone y mira con mucho cuidado puede ver algún caficho a lo lejos, allí en la acera de en frente… ¿Qué he dicho? ¡Caficho! Aquí no te entiende ni Dios, no te entiende nadie… alcahuete, pimp, proxeneta, en fin: ¡el caficho de toda la vida!, que sin disimulo observa quien se acerca, quien pregunta, quien se va, quien acepta, quien paga, quien se queda…. Tu, Ausente, sin dejar de mirar sigues tu camino cuesta abajo que te lleva ¡¿Quién sabe dónde!? Hasta La Puerta del Sol, el reloj de La Puerta del Sol, y ahí mismito el kilómetro cero… porque todos los caminos no siempre conducen a Roma, porque hay caminos que nos traen a Madrid, ya lo dijo Joaquín…
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